Venezuela en disputa ¿Por qué es clave la suerte del proceso bolivariano para EE.UU. y para América Latina?

Venezuela en disputa ¿Por qué es clave la suerte del proceso bolivariano para EE.UU. y para América Latina?

Las últimas elecciones presidenciales en Venezuela han dejado en evidencia hasta qué punto América Latina es un campo de batalla principalísimo en la actual transición histórica desde un orden unipolar, liderado por Estados Unidos, hacia otro multipolar, cuyas características aún no conocemos.

Las redes sociales y los medios de comunicación occidentales, como Caballos de Troya, han querido instalar la idea, construida con preconceptos, de que el problema es Venezuela, su sistema bolivariano y su presidente, a quien llaman “dictador”, borrando de un plumazo el hecho noticioso mismo: que hubo elecciones libres, democráticas y en paz. 

Pero el problema no es Venezuela. O sí lo es, pero no en el sentido que pregonan esos medios. La imperiosa necesidad de Estados Unidos de destruir el proceso bolivariano tiene varias dimensiones.

Una se ubica en el plano de los valores. El país es un pésimo ejemplo para la región y el mundo no sólo por ejercer, soberanamente, un modelo político, económico y social antineoliberal y antiimperialista, sino por su resistencia a más de dos décadas de operaciones que buscaban su aniquilación.

Solo basta recordar algunas de las tentativas de derribo que sufrió el proceso revolucionario: desde el fallido magnicidio contra Nicolás Maduro y la posterior recompensa de 15 millones de dólares para quien lo asesine (decidido por Donald Trump y aún vigente), hasta el abortado golpe de Estado contra Hugo Chávez, desabastecimientos, sanciones económicas, confiscación del oro venezolano depositado en bancos británicos, expropiación de la empresa Citgo que comercializaba nafta venezolana en EE.UU. y representaba un importante ingreso, entre muchísimas otras.

Venezuela es uno de los laboratorios de ensayo de lo que el Estado Mayor del Ejército de EE.UU. denomina “guerra no convencional” dirigida, según la circular 1081 de noviembre de 2010 de esa fuerza, “a explotar las vulnerabilidades psicológicas, económicas, militares y políticas de un país adversario (…) para coaccionar alterar o derrocar a un gobierno y cumplir los objetivos estratégicos de EE.UU.”.

Otra dimensión por la cual Venezuela está en la mira de Washington se ubica en el plano económico y se refiere a la posesión y control de los recursos naturales, especialmente el petróleo. Este objetivo, mucho más conocido, apunta tanto a la necesidad de que países rivales como China no obtenga los recursos como a que EE.UU. pueda disponer de ellos cuando lo requiera. Lo dijo Trump hace pocos días, en plena campaña presidencial en la que busca volver a la Casa Blanca. En su ceguera por descalificar al gobierno de Joseph Biden, se sinceró: “Cuando terminó mi mandato (2021), Venezuela estaba por colapsar y [si me hubieran reelegido] habríamos podido tomar todo ese petróleo que estaba ahí, al lado, al alcance de la mano. Pero ahora estamos comprando el petróleo de Venezuela ¿pueden creerlo?”

La tercera dimensión y, tal vez, la menos visible, se refiere a la desesperada coyuntura global que vive hoy el imperio. El declive de la hegemonía estadounidense tiene ya estatura de catástrofe. Así lo calificó el prestigioso laboratorio de estrategias, Rand Corporation, en un informe publicado el pasado 30 de abril. La investigación se realizó por pedido del Pentágono y buscaba responder a una pregunta clave: “¿Qué ha llevado a la relativa caída de la posición de EE.UU. en el mundo?”

El documento de 126 páginas advierte que el país podría entrar en una “espiral descendente de la que pocas potencias en la historia se recuperaron alguna vez”. Un vistazo a las últimas tres décadas confirma la conjetura de la Rand Corporation. La fantasía de un siglo XXI bajo el absoluto dominio de EE.UU. que imaginaron los norteamericanos se esfumó. Hoy, la realidad indica que el imperio está perdiendo de manera sistemática y acelerada el control estratégico de todas las áreas del planeta.

Estados Unidos ya no manda en el sudeste asiático y, tras el fracaso del Pentágono en Afganistán, tampoco en Asia central. Asociaciones multilaterales como la Organización para la Cooperación de Shanghái, la Unión Económica Euroasiática o los BRICS+, entre otros, lo han reemplazado en la toma de decisiones. Peor aún, dos baluartes históricos de Washington se les están yendo de las manos: Europa central (con la ya fracasada guerra en Ucrania y sus múltiples consecuencias) y Oriente Medio.

En este último caso, EE.UU. observa, con pánico, el avance diplomático chino no sólo en los territorios palestinos (a través de un exitoso acuerdo entre las facciones rivales Fatah y Hamas) sino el abandono de un socio histórico y muy rico: Arabia Saudita.

¿Puede Estados Unidos permitirse también perder América Latina? En este contexto, la continuidad o la fractura del proceso bolivariano es crucial.

Grieta regional

Las operaciones mediáticas para desacreditar los comicios venezolanos sumadas a las acciones sincronizadas para invalidarlos –derribo de estatuas de Chávez, manifestaciones frente a algunas embajadas venezolanas, un muy exitoso sabotaje cibernético, violencia en las calles, etc.– produjeron un cimbronazo regional.

Actores con poder, pero sin cargos estatales, como los golpistas Elon Musk (quien escribió en su red X: “Nosotros hacemos golpe de Estado donde se nos canta) o el ex presidente argentino Mauricio Macri (quien aportó insumos pagados por todos los argentinos para el golpe de Estado en Bolivia contra Evo Morales) reiteraron, antes y después de la elecciones presidenciales venezolanas, su premisas ilegales para derrocar a Maduro.

En cuanto a los mandatarios en funciones, América Latina mostró que se encuentra fragmentada. Los presidentes de Chile, Perú y Ecuador repetían las frases acuñadas por el imperio contra el “régimen” de Maduro. Bolivia, Honduras, Cuba y Nicaragua, en cambio, reconocieron de inmediato el triunfo del Partido Socialista Unido de Venezuela. En una posición intermedia y con la responsabilidad que, por distintas circunstancias, les cabe, Brasil, México y Colombia emitieron un comunicado conjunto reconociendo la transparencia electoral y considerando importante, para consolidar el proceso, la exhibición de los certificados.

Sobre esta polarización (que para fortuna de EE.UU. nos aleja cada vez más de una deseable integración regional), opinó el ex embajador en la OEA y colaborador de Tektónikos, Carlos Raimundi, quien además fue observador en las elecciones venezolanas del pasado 28 de julio. “El sistema electoral es totalmente confiable. Yo lo constaté. El apagón cibernético que se produjo –dijo–sirvió para echar a rodar la narrativa de que el gobierno quiere ocultar los resultados porque perdió. Se busca hacer creer que Maduro miente cuando dice que no tiene acceso a los datos. Esto es, porque lo que está en juego es otra cosa”.Y agregó: “Piden las actaspero no me extrañaría que, una vez que se las muestren, la oposición representada por María Corina Machado siga conspirando, porque su objetivo es el derrocamiento del gobierno bolivariano. Por eso es fundamental para la región –concluye Raimundi– que Venezuela, México, Brasil y Colombia estén en el mismo lugar. Si Venezuela cae y en noviembre gana Trump, con la irradiación ultraderechista desde el sur, desde Argentina, Bolsonaro vuelve a Brasil. Se trata de una guerra política y a veces los plazos legales son más lentos. Por eso, hay que moverse con plazos políticos para que lo antes posible se normalice la situación de Venezuela y se estabilice la región.”

Equipo Prensa

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